- “Hoy veo los toros por la tele. En el sofá y con mi copazo. Que como en casa no se está en ningún sitio. Me he hartao ya de ir a la plaza”.
Yo lo entiendo, oiga. Treinta y cinco tardes de toros en Las Ventas durante cuarenta días son un atragantón. Salga de trabajar, embútase en el metro, no olvide la almohadilla “pa la piedra”, llévese una costalada mientras consigue un programa y acomódese en su localidad. Con la espalda tiesa de resistir todo el día en la oficina y una borrasca entre sien y sien. Y todo antes de las siete campanadas. Que cuando sale al primer toro cierran la puerta y espérese fuera con la ventolera de los vomitorios. Ir al número 237 de la Calle Alcalá es para pensárselo dos veces. Pero no me diga que en casa se ven los toros como en ningún sitio. Porque a veces pasa, y cuando pasa, hay que estar ahí.
En Las Ventas no se escuchan los vencejos. A veces un claxon, una sirena o un helicóptero sobrevolando el cielo velazqueño. Y otras sólo un inquebrantable rugido. Un sonido que emana de gargantas secas, un grito entrecortado, una protesta, una resonancia que te araña el alma, que va creciendo, que comienza en las barreras y se pierde en las andanadas. En esos días en los que la plaza no calla hay que estar en Las Ventas. Y, ay amigo, si se lo pierde. Porque no tiene precio.
A mediados del pasado mes de mayo, llevábamos quince días de toros a nuestras espaldas. Nada. Tardes huecas. Fue un 21 de mayo cuando resucitó la plaza. El granito aún ardía cuando el pitón enhebró la garganta de Aparicio. Desde entonces y hasta que El Cid hizo rodar al sexto, no hubo un resquicio para el silencio. Un quebranto toro a toro: de la tragedia a la algazara. Con la carne aún abierta y la cornada tatuada en la retina, un "olé" sordo tronó del capote de Morante. Tres sobreros después y las tablas de un burladero por los aires, seguíamos con el paladar como el esparto. La boca agostada y los ojos acuosos.
Terminó la corrida y no podíamos levantarnos del tendido. Codo con codo con el vecino, observando el surco arado por el tiro de mulillas en el ruedo ya vacío. Y por fin el silencio, sólo cuarteado por los acomodadores precipitando las almohadillas desde las localidades superiores. Por eso, ahora, en las postrimerías de la temporada, no me diga que por la tele se ven los toros mejor que en ningún sitio. Porque en la tele no cae la tarde con los ojos húmedos y la boca seca.
Así nos deja usted, REVISTERA, emocionados y aguantando unas lágrimas como melones. Si los toros son arte, y no lo dudo, escribir sobre ellos es algo que está al alcance de muy pocos. Usted, Doñita, tiene ese don. Está en la tradición de los mejores. Por favor, siga haciéndonos felices. Alfredo García Francés
22 comentarios:
Usted me emociona, Dª Gloria, y con esta crónica me ha llevado de nuevo a aquellas tardes en que acompañaba a un colega suyo, Joaquín Vidal, al que al día siguiente leía con fruicción descubriendo otra corrida distinta de la que yo había visto.
Esta visto que deberé seguir disfrutando y aprendiendo. Ahora con usted, Doñita.
Describir la magia no es una tarea sencilla, no es ni siquiera una tarea, es un arte, el mágico arte de recordar no un itinerario sino un universo de exactas y excelsas pulsaciones, esas que nos han hecho vibrar en medio de la confusión. Ud. lo ha hecho con maestría, tanto que he podido sentir esa emoción, esa necesidad de estar sencillamente porque en algún momento puede suceder y si sucede no se lo puede uno perder.
Hermoso regalo el suyo.
Reciba un fraternal abrazo.
Un texto muy bien escrito y lleno de sentimiento. Nunca he estado en una plaza de toros.
Ahora siento ganas de conocerlo.
Un abrazo
No soy una aficionada a los toros, siempre tuve miedo a ser seducida por la sangre y prefiero no probar; pero a las letras, como el que más, y no tengo más remedio que felicitar a Gloria por la gracia con la que lidia el lenguaje.
¡Ole! Dos orejas y el rabo.
Saludos.
Esto es poesía pura, doña Gloria.
Y como su nombre, gloria bendita.
¡Felicidades!
Yo, al contrario que nuestro anfitrión, no estoy del todo seguro que en las corridas de toros, como en la caza, exista ese arte que se pregona. Lo encuentro sin embargo al traducirlo a palabras que, a mi juicio, limpian y dan esplendor al espectáculo. Tengo para mi que las descripciones de las faenas atraen mas adeptos que las propias faenas.
Un día nos vamos usted y yo, del bracete, a las Ventas, Dª Airama. Y si le disgusta le pediré perdón, amiga.
Hace bien en racatarse, Dª Mercedes, si es lo que desea uno debe medir el peligro y apartarse de él.
Usted se siente, como una vestal, tentada por el placer. Pero sólo con pensar en la posibilidad ya está usted entregada. Yo, con todo mi afecto, le recomiendo que sucumba, Doña.
Vaya, D. César. ¡Tu quoque, Brute, filii mei! Usted, querido, me ha asestado una de las 23 puñaladas que sufrió Julio Cásar.
Pero sé que me tira a degüello con cariño y no voy a reavivar la vieja polémica de toros y caza SÍ, o toros y caza NO.
He sido cazador. También amo las dehesas, los caballos y los toros. Desde ese sentimento, profundo y seguramente anclado en mi cadena genética, la tauromaquia me parece arte puro. A RAE también pero la Academia está llena de membrillos y entiendo que no es un argumento.
Reconozco que, para desgracia del aficionado, el ARTE no se da en cada corrida, con perdón. También los directores de cine, los pintores o escritores hacen hoy una obra de arte y mañana una basura.
Y finalmente, para no citar los clásicos textos y apoyos de personalidades, coincido con usted que en Galicia no hay una gran tradición ni nunca ha habido demasiada afición. Diez corridas al año y una plaza en Pontevedra.
Joaquín Merino, escritor con el que recorrí Galicia, me dijo hace 35 años hablando de este tema, "en Galicia gustas más las vacas, son más enxebres". Espero recordar bien la frase. Y, que si tiene que ser así, que los Toros se acaben en Galicia por consunción.
O como quieran ustedes, amigo mío.
D. José Alfonso, ¿es usted de los gallegos que sólo disfrutan con la literatura de las crónicas taurinas o también le gustan los toros?
Es para tentarme la ropa, amigo mío. Un abrazo grande, querido.
En absoluto, Sr. Francés, son reproches mis palabras, sino dudas. Y bien sabido es que en la duda caben ambas posibilidades. A pesar de ser yo una persona bastante decidida, en algunas cosas dudo.
No tanto como Hamlet, pero dudo.
Esa es una de sus muchas virtudes, D. César, ¡saber dudar y hacernos dudar a nosotros los de las firmes creencias!
Gracias, amigo mío, nos viene muy bien dudar a todos.
Gloria, a pesar que no soy nada taurina, hay que reconocer que sus escritos tienen duende y no se puede negar que el lenguaje taurino tiene mucho encanto, y algunos términos se podrían aplicar en la vida real... por ejemplo con la que está cayendo podríamos decir: que Dios nos pille con los machos apretaos...
Me ha hecho recordar a mi abuelo, que a pesar de estar casi ciego, siempre pegaba su cara a la pantalla cada vez que daban una corrida, era lo único que le interesaba de una televisión con solo dos canales y desde luego sin la basura de hoy en día.
Sr. Francés... lo del arte en la corridas, sería más bien tema de debate para alguna de las secciones de Doña Vicky, ¿no? jajaja
Dª Empar, ¡qué bonita la historia de su abuelo ciego intentando ver algo de los toros en la TV!
Aunque a usted no le gusten no puede evitarlo, lleva ese gen en la sangre. Lo que ocurre es que lo hace callar, no lo deja aflorar pero estar con usted en un tendido, gritando desmelenada, sería otro espectáculo.
Efectivamente, la corrida en SÍ misma, es más tema de la sección de Dª Vicky, y los toros de la de Dª Gloria. Pero, como espectadores, a nosotros la una y lo otro, amiga mía. Lo que no importa es el orden.
Solo después de haber sentido puede intentarse relatar, Dª Gloria no solo lo ha intentado, sino que lo ha conseguido y contagiado.
Enamorada de la sangre y la arena, me quito el sombrero ante usted Doña.
Los toros se viven en la plaza, nunca desde el sofá, eso es un burladero.
Que bonita entrada y pobrecita mi madre,con lo que le gustan los toros,bueno solo puede ya verlos desde su sillón,pero antes no faltaba a la plaza.
La felicito
Joder, Dª Vicky, aparece usted y como del rayo (MH) larga una metáfora deslumbrante.
El sofá es un burladero. Cojonuda, Doñita. Usted rebosa pasión por la vida y por los toros. Plass, Plasss, Plasss (Ovación).
Dª Nazaríes, prométame una cosa.
Cuando vuelva el buen tiempo y comience la temporada taurina, por favor, júremelo, compre dos localidades, pónganse ambas la peineta y lleve a su mamá a los toros.
La hará feliz, será usted dichosa viéndola a ella y a mí me encantará que me envíe una foto de las dos mujeres más guapas del tendido. ¿Me lo promete?
Abrazos, Doñita.
No he conocido público más cariñoso y benévolo que el que forman ustedes. Gracias por sus comentarios. Desde hoy, les emplazo el próximo a San Isidro a disfrutar de una tarde de toros. Y después, a tomar unas cañas a "La Tienta", un bar taurino y con solera donde los haya. Porque tan bonito es ver toros como hablar de ellos. Y de paso, brindamos por el gran Joaquín Vidal. Besos y abrazos a los aficionados de este blog, los que son y los que serán.
Hablando de ARTE, les dejo un fragmento de un artículo del que fue mi primer jefe y mentor en el periodismo taurino, CARLOS RUIZ VILLASUSO (dedicado especialmente a don César y al abuelo de Empar):
"El arte no es lo come la vaca ni el toro ni lo verdes que somos ni lo antiguo que es esto ni el dinero que dejamos en este espectáculo. Eso son argumentos pie a tierra. Si hablamos de arte, manejémonos con arte [...]
Yo afirmo sin miedo a psiquiatras que un lance, un natural, uno sólo que provoque el milagro del sentimiento colectivo y que lo prolongue más allá de los calendarios futuros, en ese horizonte que no se ve nunca, hasta que ya no exista en la tierra ningún ser humano que cuente ese lance que no vio y que le transmitieron, es más que arte. Es el arte [...]
Y que alguien me diga que, dentro de cien años, en esas terrazas de Madrid de otoño, cuando no se sepa bien donde fue este mundo que no sabemos ni nos pertenece y que dice que el Arte es lo que está en los libros de Arte, cuando alguien cuente el érase una vez una verónica que vio mi bisabuelo sentado a la piedra en una tarde primavera, no lo hará con el mismo brillo en los ojos de quien la vio. Y que al contar el érase una vez no se van a poner los corazones presentes a latir al mismo ritmo y compás. Y si cayeran lágrimas, sería así: de cada par de ojos con el mismo temple desafiando a la ley de la gravedad. Eso sólo lo provoca el arte.
Que no se erosiona con el paso del tiempo, que no necesita productos de restauraciones posteriores, que vive y sobrevive a la agresión de los vientos, las lluvias, las tormentas, las memorias, las guerras, las políticas, los políticos, las crisis, las inundaciones, los terremotos, los atracos, las hecatombes".
D. César y Dª Empar, esta jodía niña sabia me ha dado una lección y me ha enseñado qué responder cuanto otros me pregunten lo que no supre responderles bien a ustedes.
La quiero a esta niña artista. Un abrazo, Dª Gloria.
Publicar un comentario