Los editores son malos. La maldad no es novedad en el mundo, dirán ustedes; incluso, acepto que también somos malos los humanos. Pero, desde luego, los hombres carecemos del sadismo de los empresarios editores para con los autores. Sadismo impensable salvo en guerras con degollinas generalizada, catástrofes naturales del sálvese quién pueda y cracks de la bolsa mundial. Y aún así habría que comparar.
Los editores son usureros. Tampoco es nueva la avaricia en el mundo y la literatura está llena de ejemplos: La Aulularia, de Tito Marcio Plauto, en el Evangelio de Lucas, capítulo XVII, el mismo Dante sitúa a los avaros en el IV círculo del Infierno, en la obra de Molière aparece el avaro cum laudem y la avaricia del viejo Karamazov que le llevará a la muerte. Un largo rosario. Pero, los editores, son buitres y sus sonrisas melifluas se tornan en rictus de crispación cuando se les pregunta suplicando, ¿qué hay de mi adelanto? ¿Cómo van las ventas?
Los editores son ignorantes. Y los que no lo son, editores ignorantes sin escrúpulos y mercenarios, disimulan y fingen para joder a los autores. Creo que cada día se levantan pensando, ¿qué coño puedo hacer yo hoy para cargarme el libro de este listillo?
Los editores son necios. O muy inteligentes. Y una vez editado el libro, en vez de distribuirlo y promocionarlo, prefieren cobrar alguna oscura subvención y dejarlo morir de inanición.
En cualquier caso, salvo honrosas excepciones con las que yo no me he tropezado jamás, los editores son zorros para los escritores. Y para los hombres, en general.
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