Ahora es el turno de Javier Valenzuela, director adjunto de El País, viejo amigo de correrías reporteriles y uno de mis primeros lectores. Se recreó en el personaje de la protagonista, sus asesinatos y en el sexo que desborda cada página. Como siempre estuvo divertido y acertado.
Myriam Sánchez, actriz y ganadora superviviente de la Isla de los Famosos. Fue las más admirada de la noche. Nadie acababa de creerse aquellas interminables piernas. Myriam fue humilde, simpática e inteligente. Destrozó el mito de las rubias estúpidas. Te agradezco que vinieras estando malita, pochola.
Para los que me habéis pedido que repita el texto, para los que no estuvísteis por distintos motivos (¡fútbol, putos traidores!), adjunto abajo la intervención completa. Por si hay lo que tiene que haber para leerla.
Chelo, un servidor, Myriam, Javier y Pepe Arranz, campeón de los Gallos en el año 64.
Mil gracias a todos por acudir, no puedo citaros uno por uno por miedo a olvidar a alguien, pero sé que, sobre todo los aficionados al fútbol, hicisteis un esfuerzo sobrehumano. A todos los que vinisteis os llevo en el corazón.
Las fotografías del acto son de Arturo Laso, de la Varita Gráfica.
Texto integro de la intervención de AGF .
(sólo para superfans)
Queridos amigos, buenas tardes a todos. Me encuentro aquí, con el contento que imaginan, para presentar ante ustedes mi última novela Balas de Carmín.
Agradezco su invitación a Ramón Pernas, director del Ámbito Cultural de El Corte Inglés que nos acoge. A mis invitados Chelo García Cortés, de la revista Hola y ANT3 TV y a Javier Valenzuela, de El País, sabios periodistas que generosamente me respaldan con su afecto, y a todos ustedes, muchos, fieles seguidores de mis novelas a los que deseo disfruten de este nuevo encuentro.
Para aquellos de entre ustedes que no me conozcan, permitan una introducción y un ruego: háganlo hoy, acérquense a mí a través de esta novela. Luego les digo porqué. Ahora me presento.
A veces pienso que escribiendo, en lugar de crear, tan solo recuerdo y no hago sino terminar las tareas que dejé inconclusas en el colegio; aquellas largas redacciones del profesor de Lengua y Literatura quién, además de enseñarnos a leer y escribir con dictados complicadísimos, se enfurecía cuando alguno de mis compañeros pedía respetuosamente permiso para ir al water.
¿Water?, decía, ¿qué coño es eso? Supongo que la palabra que usted busca en su corto vocabulario es excusado, servicio, lavabo, letrina o la castellanísima retrete. Creo que fue aquel viejo profesor, el causante de mi apego a la lengua española y, más tarde, de mi afición por la lectura.
Siendo un muchacho, bajo los techos abuhardillados del Paris del 68, disfruté de la amistad del escritor Alfredo Bryce Echenique. En Paris, por primera vez, oí hablar de libros desde un punto de vista alejado del lector. De manera distinta. Desde la perspectiva del autor y uniendo las dos palabras. Autores y libros. Oí hablar de escritores.
Aquel año éramos muy pobres y la casa de Alfredo Bryce Echenique, mi papá tutor, el lugar donde compartir una baguette y unas ruedas de salchichón cuando el hambre apretaba. Aunque en aquel apartamento del Barrio Latino, con bocadillo o sin él, sobre todo, se charlaba; charla, mucha charla. De cualquier tema. Política, historia, arte, trabajo, pero, principalmente, hablábamos de amor y literatura. De lo que escribían unos, de lo que leíamos otros y de quienes nos maravillaban con sus novelas.
También, imposible evitarlo con Alfredo, hablábamos de las muchachas que nos enamoraban, de nuestros románticos y apasionados amores parisinos que tanto hicieron sufrir a Bryce Echenique y que ustedes recordarán por sus novelas.
Tanto hablar de libros, quedaron grabados en mi mente los nombres míticos de algunos personajes del mundo de la literatura en la España de entonces. La mamá grande, la agente literaria Carmen Balcells; el editor bohemio, Carlos Barral y los escritores mágicos, Vargas Llosa y García Marquez, entonces no tan famosos y que alguna vez encontré junto a mi amigo.
¿Water?, decía, ¿qué coño es eso? Supongo que la palabra que usted busca en su corto vocabulario es excusado, servicio, lavabo, letrina o la castellanísima retrete. Creo que fue aquel viejo profesor, el causante de mi apego a la lengua española y, más tarde, de mi afición por la lectura.
Siendo un muchacho, bajo los techos abuhardillados del Paris del 68, disfruté de la amistad del escritor Alfredo Bryce Echenique. En Paris, por primera vez, oí hablar de libros desde un punto de vista alejado del lector. De manera distinta. Desde la perspectiva del autor y uniendo las dos palabras. Autores y libros. Oí hablar de escritores.
Aquel año éramos muy pobres y la casa de Alfredo Bryce Echenique, mi papá tutor, el lugar donde compartir una baguette y unas ruedas de salchichón cuando el hambre apretaba. Aunque en aquel apartamento del Barrio Latino, con bocadillo o sin él, sobre todo, se charlaba; charla, mucha charla. De cualquier tema. Política, historia, arte, trabajo, pero, principalmente, hablábamos de amor y literatura. De lo que escribían unos, de lo que leíamos otros y de quienes nos maravillaban con sus novelas.
También, imposible evitarlo con Alfredo, hablábamos de las muchachas que nos enamoraban, de nuestros románticos y apasionados amores parisinos que tanto hicieron sufrir a Bryce Echenique y que ustedes recordarán por sus novelas.
Tanto hablar de libros, quedaron grabados en mi mente los nombres míticos de algunos personajes del mundo de la literatura en la España de entonces. La mamá grande, la agente literaria Carmen Balcells; el editor bohemio, Carlos Barral y los escritores mágicos, Vargas Llosa y García Marquez, entonces no tan famosos y que alguna vez encontré junto a mi amigo.
Hoy lamento lo que no aprendí de aquellos genios, si hubiera sentido entonces la curiosidad y el deseo de escribir.
Cierto que yo en aquel tiempo, sobrado de soberbia juvenil, no les prestaba demasiada atención porque, durante aquellos días del mes de Mayo del 68 en los que todo pareció posible, yo sólo deseaba fotografiar los incidentes entre estudiantes y policías que ocurrían en las calles. Y que para mí, tenían sabor de Libertad.
Aunque, si se dan cuenta, en aquellos días yo comenzaba a escribir con mis fotografías, si bien, lo hacía con luz en lugar de tinta.
Hoy sé que necesitaba escribir y que si no lo hiciera, sería menos feliz seguramente. Adolfo Bioy Casares dijo que su amor a la vida se lo debía a su amor a los libros. Yo creo que escribir y leer me han salvado la vida en estos últimos años, cuando mi mejor opción me parecía tirarme por una de las ventanas que mi mujer cerraba cuidadosamente.
Mis lectores saben que fue mi esposa, una mañana que la distraía del estudio, la que decidió tras una brillante intuición que dedicase mi ocio a la literatura.
Cierto, fue mi inspiradora, porque hasta entonces, incluso rodeado de escritores geniales, jamás sentí esa llamada de la vocación literaria, esa herida de las letras entintadas en el alma; siempre viví, algo asilvestrado, entre mi profesión de reportero y otras aficiones tan poco intelectuales como la caza, los toros y los caballos.
Hoy escribo mucho y, deslumbrado por los cronistas que acompañaron a los descubridores de América, mis tres primeros libros tuvieron que ver con el descubrimiento de la Tierra Firme de las Indias Occidentales.
A través de ellos comenzó mi romance literario con Hispanoamérica.
Tras narrar las aventuras de mis hidalgos decidí abandonar el siglo XVI y escribir algo más actual, más de nuestra época.
Y de nuevo, el subconsciente me traicionó y elegí, para Balas de Carmín, escenarios americanos. Colombia.
Pero antes de continuar, consiéntanme un rodeo; debo comunicarles que para colmo de alegría, , además de novela, estreno doble nacionalidad. Estoy enormemente reconocido al Gobierno de Colombia que, generosamente, me ha concedido la nacionalidad por adopción.
Perdonen la emoción, pero, hasta el nombre es bonito y se me llena la boca con estas sonoras palabras. Colombiano por adopción. Quiere decir que los colombianos, me han adoptado. Han percibido mi desabrigo y, cuando hice de Colombia mi patria de elección, me ampararon.
Recibí el regalo de mi colombianidad, gracias al tesón de dos mujeres: una, la que más quiero y sin la que me faltaría el aire para vivir, mi mujer, que supo trasmitirme su pasión por Colombia y por su extraordinaria gente.
La otra persona que influyó en mi decisión, fue Lorena Aguirre, Manos de Seda, una caleña que cuida la manicura de la jet set madrileña y cuya vida es toda una novela.
Un día, conversando sobre mi libro, Lorena me miró y dijo algo que me impactó profundamente. Alfredo, véngase para Colombia que allí vamos a quererle todos.
¿Cómo negarse a ésta experiencia casi mística? ¿Quién rechazaría tanto cariño? Hubiera sido un derroche afectivo, y en estos tiempos de carestía en que la amistad, por su rareza, se cotiza a muy alto precio, no está uno para despilfarros.
Hace muchos años, Alfredo Bryce Echenique, me explicó que los autores escribimos para que nos quieran y yo, sean generosos conmigo, no soy una excepción y necesito su cariño.
Pero, adentrémonos brevemente en las causas de ese desvalimiento mío en España que enseguida comprenderán.
Cierto que yo en aquel tiempo, sobrado de soberbia juvenil, no les prestaba demasiada atención porque, durante aquellos días del mes de Mayo del 68 en los que todo pareció posible, yo sólo deseaba fotografiar los incidentes entre estudiantes y policías que ocurrían en las calles. Y que para mí, tenían sabor de Libertad.
Aunque, si se dan cuenta, en aquellos días yo comenzaba a escribir con mis fotografías, si bien, lo hacía con luz en lugar de tinta.
Hoy sé que necesitaba escribir y que si no lo hiciera, sería menos feliz seguramente. Adolfo Bioy Casares dijo que su amor a la vida se lo debía a su amor a los libros. Yo creo que escribir y leer me han salvado la vida en estos últimos años, cuando mi mejor opción me parecía tirarme por una de las ventanas que mi mujer cerraba cuidadosamente.
Mis lectores saben que fue mi esposa, una mañana que la distraía del estudio, la que decidió tras una brillante intuición que dedicase mi ocio a la literatura.
Cierto, fue mi inspiradora, porque hasta entonces, incluso rodeado de escritores geniales, jamás sentí esa llamada de la vocación literaria, esa herida de las letras entintadas en el alma; siempre viví, algo asilvestrado, entre mi profesión de reportero y otras aficiones tan poco intelectuales como la caza, los toros y los caballos.
Hoy escribo mucho y, deslumbrado por los cronistas que acompañaron a los descubridores de América, mis tres primeros libros tuvieron que ver con el descubrimiento de la Tierra Firme de las Indias Occidentales.
A través de ellos comenzó mi romance literario con Hispanoamérica.
Tras narrar las aventuras de mis hidalgos decidí abandonar el siglo XVI y escribir algo más actual, más de nuestra época.
Y de nuevo, el subconsciente me traicionó y elegí, para Balas de Carmín, escenarios americanos. Colombia.
Pero antes de continuar, consiéntanme un rodeo; debo comunicarles que para colmo de alegría, , además de novela, estreno doble nacionalidad. Estoy enormemente reconocido al Gobierno de Colombia que, generosamente, me ha concedido la nacionalidad por adopción.
Perdonen la emoción, pero, hasta el nombre es bonito y se me llena la boca con estas sonoras palabras. Colombiano por adopción. Quiere decir que los colombianos, me han adoptado. Han percibido mi desabrigo y, cuando hice de Colombia mi patria de elección, me ampararon.
Recibí el regalo de mi colombianidad, gracias al tesón de dos mujeres: una, la que más quiero y sin la que me faltaría el aire para vivir, mi mujer, que supo trasmitirme su pasión por Colombia y por su extraordinaria gente.
La otra persona que influyó en mi decisión, fue Lorena Aguirre, Manos de Seda, una caleña que cuida la manicura de la jet set madrileña y cuya vida es toda una novela.
Un día, conversando sobre mi libro, Lorena me miró y dijo algo que me impactó profundamente. Alfredo, véngase para Colombia que allí vamos a quererle todos.
¿Cómo negarse a ésta experiencia casi mística? ¿Quién rechazaría tanto cariño? Hubiera sido un derroche afectivo, y en estos tiempos de carestía en que la amistad, por su rareza, se cotiza a muy alto precio, no está uno para despilfarros.
Hace muchos años, Alfredo Bryce Echenique, me explicó que los autores escribimos para que nos quieran y yo, sean generosos conmigo, no soy una excepción y necesito su cariño.
Pero, adentrémonos brevemente en las causas de ese desvalimiento mío en España que enseguida comprenderán.
En la última visita a Colombia para presentar allí Balas de Carmín, me recordaron que los españoles, como líderes mundiales en el consumo de cocaína, también somos responsables de la producción en los países cultivadores.
Ser la entrada en Europa de las grandes rutas de la droga y la falta de percepción del peligro que supone el uso de la cocaína, han creado esta dramática situación en España. Escenario que ni familias ni políticos enfrentan con decisión.
En cualquier caso, la sociedad española, demasiado complaciente con la avidez consumista de los jóvenes, permisiva hasta la naúsea con los delincuentes, con leyes blandas, una sociedad de nuevos ricos en la que el consumo está despenalizado y se debate sobre la legalización de las drogas, hace que, como español, sienta vergüenza de que mi nación se haya convertido en el mayor foco mundial de consumo de cocaína.
Una décima por encima de los Estados Unidos, que tiene diez veces más población.
Pero, sepan ustedes, que si alguien crítica ésta situación en España, de inmediato, es insultado por retrógrado y liberticida. Cualquier voz que disienta con la cómoda tolerancia, es tachada de reaccionaria, cuando no de fascista.
Y, si esta pasividad de mis compatriotas es cierta en lo social, también lo es en lo político. Así, España es la única nación del mundo desarrollado que enseña a sus hijos a rechazar su unidad, sus instituciones, su idioma y su bandera. Y hoy, vemos que declararse español en España, resulta imposible sin ser un héroe dispuesto al acoso y derribo.
Pero dejemos estos enojosos asuntos. Los enumero para que comprendan mejor porqué estoy irritado con los españoles y, asimismo, para que entiendan que, aunque furioso, sigo amándo profundamente a mi país.
José Cánovas del Castillo, político conservador del siglo XIX, dijo que, con la patria se está con razón y sin ella. Estoy de acuerdo y, ustedes saben, que, cuando se ama, los enfados son siempre pasajeros.
Borges afirmaba que los mejicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos, decía el genial autor, descienden de los barcos. Luego, añadía, ser colombiano es un acto de fe.
Bueno, pues, resulta que, respetando la ironía del escritor argentino, yo tengo esa fe.
Además de por mi fe en Colombia, me hice colombiano con la osadía del que, desconociéndolo todo del objeto de su amor, sin embargo, siente pasión por él.
Colombia y España, para mí no son madre e hija; tampoco hermanas. En mi relación de amor con Colombia no puede hablarse de Madre Patria, pero algo muy familiar y cercano me empujaba irremediablemente a Colombia.
Cavilando, descubrí que me atraía el deseo.
Para mí, permítanme la licencia, Colombia, es aquella preciosa prima con la que de niño compartí juegos y, más tarde, siempre deseé tener un ardiente romance adolescente.
Deseaba a Colombia con la misma intensidad erótica con que, en la primera adolescencia, se anhela a esa prima un par de años mayor, bella y voluptuosa, con la que compartimos las largas tardes de verano y de la que todos hemos estado enamoriscados.
Si no acierto, corríjanme los caballeros, pero ¿quién ocupaba nuestras ensoñaciones a la hora de la siesta veraniega? La primita, la linda primita.
Siempre había una hermosa primita de la que estar enamorado. Supongo que en el caso de las señoras, ocurría igual pero al revés.
Y, en cualquier caso, no era nunca obligatorio que el enamoramiento, respetara tan rígidamente las leyes del género.
Nos sorprendería saber cuántas veces hemos ocupado el pensamiento erótico de otras personas de nuestro mismo sexo, que nos lo ocultaron por temor a ser rechazadas. Quizás, ellos y nosotros, nos perdimos algo importante. Quizás, todavía, no sea tarde para algunos. Seguramente, nadie debiera esconder sus sentimientos por miedo a ser humillado.
Esta novela es mi testimonio de amor a Colombia y, aunque refleja aspectos muy negativos de aquel país, parto de la convicción de que algo imparable se ha puesto en marcha en la sociedad colombiana para despreciar un terrorismo inaceptable en una sociedad democrática que lucha por hacerse con un lugar de privilegio entre los países desarrollados del siglo XXI. Lo impide la violencia del narcoterrorismo y de los paramilitares, sólo comparables en su crueldad con los peores métodos del terror nazi.
Marcel Proust, escudriñaba la vida y a sus personajes en los salones de la alta sociedad. Ramón Gómez de la Serna los buscaba en burdeles y tabernas. Yo, al escribir Balas de Carmín, además de en mis recuerdos y vivencias, los encontré paseando en esa mágica plaza del pueblo que es Internet.
Allí encontré gente que me contó sus experiencias y su dolor de colombianos azotados por la violencia y los secuestros. Soy consciente de que, con este libro, me meto sin permiso en casa ajena. He intentado hacerlo con rigor y con respeto porque, cada país, tiene su propia vía para recuperar la libertad que nos roban los terroristas.
Pero, únicamente se trata de mi punto de vista. Al final, ténganlo en cuenta, es una novela. Sólo narrativa y ficción. Al final, en este espacio, puede uno adentrarse libremente en el territorio de la impunidad.
Pero dejen que les hable del libro que traigo esta noche. Durante su presentación en Bogotá, el vicepresidente de Colombia, Sr. Santos Calderón, víctima de secuestro él mismo, recomendó vehementemente su lectura y dijo de la novela: Balas de Carmín me estremeció de tal manera que en ocasiones tuve que interrumpir la lectura para rehacerme. Los diálogos de la protagonista con sus secuestradores, me resultaron muy dolorosos por ser iguales a los que yo sostuve con mis carceleros.
En el mismo acto, José Vicente Katarain, de Oveja Negra, la editorial decana en Colombia, dijo: Balas de Carmín es una novela escrita para hoy. García Francés ha sabido hacer lo más dificil, convertir a su protagonista femenina en un auténtico personaje literario. Es la primera novela que se publica en Colombia tan aceradamente crítica con la historia delincuencial de las Farc.Y tan explicita con el sexo entre mujeres.
Se lo cuento a ustedes, un poco por vanidad, y un mucho por la solvencia política y literaria de los citados.
Balas de Carmín narra la pesadilla trágica y el feroz suplicio que sacude a las mujeres secuestradas por las FARC.
Este libro cuenta la historia de una de esas víctimas y su lucha contra un brutal destino impuesto por unos delincuentes armados que cambiarán su vida.
Pero, sobre todo, es una novela de amor. De amor, entre mujeres. De amor, entre mujeres, inmersas en un mundo de violencia que amenaza con devorarlas.
En sus páginas, sexo que salpica al lector en cada encuentro y amores eternos, rotos por la tragedia colombiana.
De la mano de Lany recorremos el escalofriante inframundo de la guerrilla narcoterrorista, la desesperanza en la selva de los secuestrados encadenados a los árboles como perros, el letal entorno de la industria de los traficantes de drogas y el alma de una sicaria que, asesinado el primer hombre, descubre que es necesario seguir matando para continuar viviendo.
Mi experiencia durante los años de plomo en el País Vasco, me ha facilitado la comprensión del salvaje narcoterrorismo en Colombia.
Al final, el dolor de las víctimas es el mismo en todas partes. También lo es, el sadismo de los verdugos.
Y, ciertamente, escribir sobre sus crímenes ayuda a superar el miedo político, social y físico que imponen los asesinos.
Si, Colombia, lleva demasiados años de trágica actualidad. La inhumana situación de los secuestrados sólo es comparable a los campos del Holocausto nazi. Ahora, las ratas terroristas ya comienzan a morderse entre ellas, se traicionan, se asesinan y se entregan. Algún día, el secretariado de las FARC será juzgado en La Haya por Crímenes contra la Humanidad.
Espero que les acompañen en el banquillo los dirigentes de otros países que prestan su apoyo y financiación a la narcoguerrilla.
Por otra parte, los jóvenes colombianos han roto su mutismo y se han manifestado masivamente mostrando su repulsa y su desprecio por quienes estrangulan a su país. Y cuando los jóvenes independientes, al margen de sindicatos y partidos, toman ese camino, el cambio suele ser imparable. Pienso que ha comenzado el principio del fin. El día 4 de Febrero tuve el privilegio de participar en Bogotá en la Marcha contra las Farc y por la liberación de los secuestrados junto a millones de personas en Colombia y el mundo entero.
Fue emocionante y, para mí, un orgullo estar allí con ellos. Pero aún queda mucho llanto y mucha sangre antes del fin.
No podría pasar sobre estos temas sin rendir homenaje a los cautivos y a los secuestrados por las FARC que aún siguen en el monte colombiano sufriendo su pesadilla. Les envío mi más cálido abrazo y exijo para ellos la liberación inmediata sin condiciones.
Balas de Carmín es una novela dura y violenta, pero, también, apasionada y tierna y, sobre todo, un rabioso puñetazo al narcoterrorismo y el secuestro y un grito de atención a favor de la libertad sexual y contra la violencia doméstica.
De la recreación del lenguaje narrativo colombiano les diré que ha sido laborioso lograr que sus distintos personajes suenen de manera convincente. Lo he pretendido y según dicen en Colombia lo he conseguido.
Por otra parte, señalan que el discurso narrativo del libro facilita su paso al cine y trasluce mi formación de fotógrafo, de hombre acostumbrado a ver pasar la realidad plano a plano ante mis ojos. Ustedes lo dirán. Una famosa productora de Bogotá está buscando socio español para una coproducción sobre esta novela. Les iré contando como avanza el proyecto y enseguida, les presentaré a alguien relacionada con esa película.
Y, finalmente un último mensaje, un grito de alerta para una sociedad, la española, en la que los índices de terrorismo doméstico se han disparado de manera intolerable.
¿Recuerdan ustedes la canción El preso número 9? La versionó la cantautora norteamericana Joan Báez en los años 60; ella, un icono del feminismo, el antibelicismo, la libertad sexual y la reina de la canción protesta. Fue la líder musical, junto a Bob Dylan, su pareja, de la marcha sobre Washington por los Derechos Civiles de las minorías y contra la guerra del Vietnam.
No sé donde coño estará ahora Joan Báez, pero le agradecería mucho que manifestara públicamente que se equivocó haciendo apología de la violencia de género.
Seguro que eso ayudaba a reflexionar a todos los que, sin pensar en lo que decíamos, cantábamos la jodida cancioncita. Una amiga mía la usaba como canción de cuna para dormir a sus niños, que, ahora mayorcitos, supongo se habrán convertido en unos auténticos psicópatas.
El otro día, de nuevo la escuchamos mi mujer y Juan y Lucía, una pareja de amigos muy queridos, cuando de pronto le dió un síncope y nos hizo reparar en el horror de la letra.
Hoy nadie en su sano juicio se atrevería a cantar esa salvaje apología del terrorismo doméstico.
En vista de la evidente falta de ideas que aquejan a la miembra del Gobierno y nueva regidora del Ministerio de la Igualdad gustosamente le brindo ésta.
Que la incompetente ministra y el juez Garzón, tan aficionado a las causas mediáticas, cursen orden internacional de busca y captura para extraditar a Joan Báez, acusada de apología del terrorismo doméstico, y a Bob Dylan, como cooperador necesario por el mismo delito, y aquí, una vez en España, sean convenientemente juzgados por un jurado de mujeres maltratadas.
Y a los que cantamos la cancioncita, ¿qué? Bueno, entonces, aún éramos progres. Y molaba. Hoy hace vomitar. Pero no eludiremos nuestra reponsabilidad. Que nos condenen a trabajos comunitarios. Yo los acepto. Por idiota. Recuerden la letra y juzguen ustedes.
Antes de amanecer La vida le han de quitar Porque mató a su mujer Y a un amigo desleal Dice así al confesor: Los maté, sí señor, Y si vuelvo a nacer Yo los vuelvo a matar Padre no me arrepiento Ni me da miedo la eternidad
Cada año, a pesar de las medidas de alejamiento y protección aumenta el número de víctimas del terrorismo doméstico. Espero que nuestra sociedad tome conciencia y cargue con toda su fuerza contra los asesinos y los maltratadores.
Muchas gracias por venir. Gracias a ustedes que se han tomado la molestia de acudir a este encuentro demostrando su interés por mi nueva novela Balas de Carmín.
Gracias a mis amables compañeros de mesa, Ramón (Marisa), Chelo y Javier, que tanto elogio han derramado sobre este escritor.
Y, cómo no, a quienes sin otra referencia que su curiosidad, por ejemplo, los remeros del Patrón D. Santiago González, han acudido amablemente para interesarse por este libro. Espero sean desde hoy mis nuevos lectores. Porque, sepan, que deseo seducirlos a todos ustedes con esta novela tan colombiana como española.
Es verdad que deseo cautivarles, porque estoy seguro de que mi libro no les resultará indiferente. Así que, por favor, abandónense y reciban sin temor esta coz en las tripas, este revés de sangre y sexo que es Balas de Carmín.
Solo me queda, repetirles que me siento honradísimo por la presencia de todos y que espero volver muy pronto a encontrarlos de nuevo en otra noche tan mágica como esta. Ojalá, estoy seguro, ¡que disfruten de esta novela!
No puedo despedirme sin agradecer a mi querida esposa que comparta nuestro tiempo con mis libros. Gracias, mi vida, por tu infinita paciencia, tu buen humor, tu calidez que abriga mi vida y por el mucho amor y el mucho dolor que nos unen más cada día.
Buenas noches, hasta muy pronto y un millón de gracias por compartir esta velada con nosotros.
Y ahora, antes de terminar este acto, quiero presentarles a mi amiga, Miriam Sánchez; ella se lo explicará mejor, pero Miriam es una superviviente que me gustaría diera vida en el cine a una de las protagonistas de Balas de Carmín. Para ustedes, unas breves palabras de Miriam Sánchez.
2 comentarios:
Alfredo, al final conseguí una cerveza, pero fue porque conseguí que los remeros se moviesen hacia la barra, y dejaran de esperar a que los camareros les sirvieran.
Yo, como Mahoma, soy partidario de ir a la montaña, si la montaña no viene a mí.
Hablando de otra cosa, me olvidé de preguntarte si la foto de la portada la has hecho tú mismo, o es cosa de la editorial.
También te quiero decir que el título me recordaba a un anuncio del Gobierno Vasco, en el que salía una mujer pintándose los labios con una bala del calibre 7,5.
Se supone que representaba a una esposa de alguien asesinado por ETA, pero la verdad es que daba bastante grima, porque a quien yo me imaginaba haciendo eso mismo era a "La Tigresa" o a Jone Goiricelaya, que al fin y al cabo viven de usar esos medios, directa o indirectamente.
Un abrazo.
Feroz, celebro que pudieras calmar tu sed y la de los remeros.
La foto de la portada está hecha por un excelente fotógrafo de Bogotá con la boca de una supermodelo colombiana. yo desarrollé el "conceto" (que diría Pepiño). Ya no estoy para más trotes, pocholo.
Y respecto a la campaña del GV, yo no la ví, ayer alguien, quizás tú, me hablo de ella; me la imagino.
Y, sólo de hacerme pensar en la Tigresa o la Goiricelaya, conseguirás que esta noche no duerma. Vade retro.
Un abrazo grande, remero...
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