¿Soy o estoy pesimista?

Me siento tan pesimista como ustedes, amigos, o, por mi propia genética, bastante más aún.

Hagamos un breve balance de lo que tenemos a día de hoy.

Una Monarquía cuyo principal activo es ser simpática y cuyo futuro se desgarra entre los dientes de la prensa rosa.

Una Constitución buenista en la que se integraron cargas de demolición inconcebibles en cualquier sistema político europeo moderno.

Un Gobierno mentiroso que jamás solucionará algo cuya existencia niega y que reaccionará demasiado tarde cuando se vea obligado a reconocerlo.

Unas Autonomías convertidas en Virreinatos coloniales que nunca morderán la mano del señorito que les da de comer.

Unos Partidos políticos, sin democracia alguna, lastrados por profesionales del sueldo poltronal sin el mínimo currículum.

Sindicatos de matones funcionariales, emboscados y silentes, entre una población de nuevos ricos que todavía no pasan hambre suficiente.

Y, con estos mimbres, debemos salir de una crisis que puede dejar en mantillas a todas las que hemos conocido hasta ahora en el Siglo XX.

Chungo, señores, muy chungo.

Ya lo dijo el barón de Rothschild:

"Cuando la sangre corra por las calles, hay que invertir en propiedades".

Habrá que esperar un poco todavía.