Publicado en la revista literaria SINALEFA de New York.
Llegué a París con apenas dieciocho años. Me esperaba mi hermano José Luis, la persona que yo más he querido en el mundo. Había abandonado la casa de mis padre en Bilbao con dieciséis, y tras una larga temporada de deambular por Barcelona, Bélgica y Holanda, rendí viaje en la Ciudad Luz donde esperaba encontrar calma y acabar mi aprendizaje como fotógrafo.
Atrás quedó María, de Ronda, una muchacha de 21 años y puta de oficio, entonces la más bella prostituta de Barcelona, que me protegió y, durante meses, cuidó de mí como si fuera un príncipe.
Era la querida de un industrial de Bilbao, de un aristócrata de Madrid y del jefe de policía de Barcelona. Además, en sus horas libres, hacía trabajos extra. Pasados muchos años, se convertiría en la Sultana de Ronda, el personaje femenino de mi libro “El secreto del Emperador” pero entonces, en Cataluña, fue mi verdadera maestra en las artes amatorias. Delicioso aprendizaje para un muchacho de mi edad, fogoso, pero sin demasiada técnica en la práctica del sexo.
Era mi primera gran ciudad y, de la mano de aquel cañón de mujer, descubrí sus callejuelas y sus avenidas cosmopolitas, el gótico y el modernismo, las fuentes y el Liceo, las playas mediterráneas, cafeterías, cines y hoteles y, La Sultana, siempre me hizo sentir el rey del mundo cuando, por la calle o en algún restaurante, íbamos del brazo matando de envidia a los hombres y levantando murmuraciones de las mujeres.
Guardo un recuerdo divertido de las escasas noches, cinco a seis al mes, en que los protectores llegaban para pasar la noche en su apartamento. Entonces, zalamera, me daba mil pesetas, un dineral entonces, y me mandaba a dormir a cuerpo de rey al Hotel Ritz con la orden de no regresar hasta que ella fuera a buscarme. Normalmente, al llegar, hacíamos el amor, supongo que para acabar de amortizar la habitación. Estoy muy agradecido a mi Sultana, nunca la olvidaré, porque me enseñó a amar a las mujeres y me quiso como una hermana, bueno, mejor. Porque, ¡con las hermanas, no se empuja! Pero Barcelona era una escala y tras unos meses, ya convertido en un hombrecito, me marché.
En Holanda viví otra de las experiencias que en aquellos años nos llenaban de pasmo a los españolitos. En la Costa Brava había conocido una chica que dijo ser modelo en su país. Su cuerpazo lo evidenciaba, tuvimos un tórrido romance y, con mi destreza sexual recientemente adquirida, la deslumbré. Me rogó que fuera a Holanda con ella y dijo tener amigos fotógrafos que me darían trabajo. Cauto, sintiéndome ya un tipo vivido, respondí que me llamara cuando tuviera garantizado un trabajo para mí en su país. Me llamó y atravesé Europa en autobús.
Me instalé en su casa, en su habitación y en su cama. Hasta ahí, bien. Lo gracioso es que vivía con sus padres y, los fines de semana, su mamá nos subía el desayuno a la piltra. Hoy, todavía resulta chocante esa atención, pero entonces y viniendo de España, me maravillaba tanta comprensión maternal. La chica resultó ser enfermera y una mentirosa compulsiva. Continuará mañana.
domingo, 5 de abril de 2009
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7 comentarios:
Pues no sé yo, D. García, si usted realmente prefería que fuese modelo o por lo contrario, le vino bien la faceta de enfermera.Por eso que cuentan de las fantasías y etc....
En todo caso, qué gran envidia sana siento.........Ha sido usted publicado hasta en la Gran Manzana....
Dª Menda, ¿se da cuenta de que entonces yo era más joven que usted hoy?
Dios, ¡qué melancolía!
Respecto a las fantasías, imagíneselo, médicos y enfermeras guarros, la traductora salida, el inmigrante violador, no me la metas que viene mamá... y un largo abanico de entretenimientos parecidos...
Pero, mucho menos punto que la Sultana.
Eso era un emperador de verdad, como tiene que ser.
Coñooooo...Sr. García Francés, nos tendrá pegados al aparato, con perdón, hasta mañana. Aunque su rondeña fuese tierna y avivadora no cabe duda que la holandesa promete y que su vida,la de usted, densa y plena, merece un receso para deleitarse en ella.Un placer leerle y compartir.
D. Supersalvajuan, Carlos V era un pedazo de Emperador, lástima que nos que hace tiempo nos avergoncemos de nuestra historia...
D. Iojanan, pues a su vuelta tendrá lectura atrasada porque creo que lo de Paris dará para unas cinco entregas...
Celebro mucho que le diviertan estas historias de un crío español en aquel Paris mítico. Gracias.
Un abrazo, amigo.
Vengo a visitarte desde el blog.
Es una gozada leerte.
Estoy deseando de leer ese libro que con tanta fuerza has escrito.
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