Amadeo y Rosa, de camino se encontraron con el Cabra, conocido también por el sobrenombre de “Carneiro pilón”, este alias se lo habían puesto en la aldea hacía ya muchos años, cuando acostumbraba a ir de fin de semana a un club de alterne de carretera situado en un pueblo de pescadores cercano a La Coruña.
No había sábado que fallara, al igual que otros muchachos del pueblo, pero él tuvo la mala suerte de ponerse demasiado fogoso un día de San Martín que coincidió con la matanza “do porco” y, no se sabe si motivado por los berridos que, recordaba, emitía el marrano mientras lo desangraban o, por lo efímero de la vida del animal que le recordaba la fatalidad que acompaña la vida de todo ser vivo, llamado a ser defenestrado por el tiempo antes o después, arremetió con tal fuerza sobre la vagina de la puta de turno que le había tocado en suerte, que acabó rompiéndole la pelvis sin apenas darse cuenta, a pesar de los gritos de la pobre meretriz que no paraba de chillar.
Al finalizar el acto y ver la desfeita ocasionada en la entrepierna de la desafortunada mujer, que sangraba tanto o más que el puerco recién muerto esa mañana, la llevó junto a varios amigos en carro de vacas hasta la casa del médico, quien, después de aplicarle las primeras curas, la remitió, con carácter de urgencia, al hospital de ánimas de La Coruña. De allí, tras permanecer ochenta y tres días en proceso de curación, fue remitida nuevamente a la casa de putas, de donde había salido medio rota, con la recomendación médica de no proceder a nuevos ejercicios de pelvis hasta, por lo menos, dejar pasar seis meses.
Hubo juicio, pero el abogado defensor del Cabra (a partir de ese momento le llamarían el cabra o carneiro pilón, por su forma de turrar al yacer con mujer pública), consiguió que declarasen la agresión física como no buscada y la considerase, el Sr. Juez, como accidente laboral.
El cabra se hizo cargo de los gastos del juicio y de una indemnización por dejar a la mujer fuera de servicio durante el tiempo que establecieron los médicos. Al cabra le conminaron a no arremeter, en adelante, contra coño de mujer alguna, -por muy puta que fuera-, con la fuerza desarrollada en ese evento. Es más, le recomendaron que dejase los sábados para descansar el cuerpo de forma diferente a la acostumbrada hasta el día en que casi defenestra a la puta Carmiña que, aunque se llamaba Carmiña, era de Bilbao y se había desplazado a la zona de la Coruña para dar gusto a los marineros vascos que andaban a la pesca por esa zona, sobre todo, durante la temporada en que se dedicaban a recoger cebo vivo para la pesca de altura.
Como quiera que el Cabra se responsabilizó de su acto con la caballerosidad propia de un hombre de bien, le pidió a Carmiña que se fuese a vivir con él, que la respetaría y no volvería nunca más a embestirla. Carmiña estuvo de acuerdo, se amancebaron sin que ello fuese motivo de escándalo para nadie (en el pueblo vivía más gente amancebada) y, de buena fuente saben los que conocen al Cabra que son felices dentro del amancebamiento y, si bien no practican el acto carnal perfecto, practican manualidades de las que Carmiña es maestra y juegos de boca que mantienen al Cabra más sosegado y feliz que nunca.
La maña que se da Carmiña con la boca, es tal, que ha conseguido hacer del bueno de Carneiro pilón, un corderito. Cuando alguien le pregunta por su situación con Carmiña dice: ¡Lástima no haberla conocido antes! Además, Carmiña le mantiene la casa limpia y ordenada como ninguna otra mujer podría hacer. Cuida de los animales, ordeña las vacas, le acompaña en las labores del campo (alguna vez, cuando el Cabra siente la llamada de la naturaleza durante el trabajo, se esconden de miradas furtivas y ella le hace el trabajillo que necesita para relajarse y recuperar el ánimo). Al decir del Cabra, Carmiña es la típica mujer que todo hombre necesita en casa.
El haiku (俳句), una de las formas de poesía tradicional japonesa más extendidas, consiste en un poema breve de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente.
una flor escondida
destila ámbar.
Bajo tu blusa
dos palomillas blancas
están confusas.
De falda y blusa
deja que te libere
mi dulce musa.
Mi musa me contesta:
Hombre maduro:
lo que no hiciste antes
después lo dudo.
logrará liberarte
la sepultura.
Así es la vida:
unos están de vuelta
y otros de ida.
te conocí, marinera,
nos revolcamos un poco
y nos llenamos de arena,
más tarde nos la quitamos
con un cubo de agua fresca.
Mientras tú me acariciabas
yo te iba untando con crema:
brazos, mejillas, espalda,
pies, pantorrillas y piernas,
cuanta más crema te echaba
más me gustabas, ¡morena!
La luna estaba celosa,
la luna, luna lunera,
la misma que contemplara
desde el cielo éstas escenas.
…Yo me desperté del sueño
cuando subió la marea.
de una galera de guerra,
rechazaste mi espolón,
tanto en la mar como en tierra,
atacándome de frente
lo mismo que una becerra.
Tanto me gustó tu arte,
tanto tu pose torera,
que voy a nombrarte, niña,
mi pequeña piconera.
Procuraré doblegarte
con lisonjas y pamemas,
al menos hasta que logre
conseguir que abras las piernas,
después, cambiaré de puerto
en busca de mozas nuevas.
Y no me reproches nada
que de ti me llevo yo
lo mismo que tú te quedas:
“Besos, abrazos, caricias,
pequeñas cosas banales
que, de pronto, ni recuerdas”.
3 comentarios:
Creo que has montado el post de forma muy acertada aunque yo me conformaba con participar en los post como acompañante de los demás invitados.
Un abrazo y cuenta con mi felicitación y mi agradecimiento por hacerme un aparte.
Mi felicitación a Javier por esta delicatessen sensual.
Brillante (especialmente los haikus).
UN abrazo.
Llevo un buen rato leyendo el blog. Y mi sonrisa va in-crescendo por momentos...
Genial, genial, genial...
Publicar un comentario