...Los hubo valientes, honrados, leales y dignos. También rufianes, aventureros, asesinos y locos...

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domingo, 29 de abril de 2012

Fernando Orgambides y La Noche de los Gitanos



El 19 de Abril, en la Casa del Libro D. Fernando Orgambides intervino en la presentación del libro La Noche de los Gitanos, de Alfredo García Francés. Esta mágnifica forma de presentar un libro tuvo un enorme éxito entre los asistentes al acto. Me honro en dejarla aquí para ustedes. La disfrutarán.



Llevaba yo el otro día a la vista La noche de los Gitanos, de Alfredo García Francés, cuando mi amiga Carmen, al ver la portada, exclamó:
-Qué horror, la Cruz Gamada!
-¿Horror?, le pregunté.
-No ves que es un libro de nazis, me dijo.
-Pero también podría ser sobre La Batalla de Inglaterra, proseguí. Porque La Batalla de Inglaterra es una excelente película estrenada en 1969 en la que los aviones alemanes llevan de cola ese distintivo. Fylfot, por cierto.

Entonces empecé a contarle que aquella película se rodó en la base aérea de Tablada de Sevilla cuando yo estudiaba cuarto de bachillerato en el Colegio Claret. De manera, que fui de los primeros en saber de ella por haber presenciado algunos rodajes cuando hacía novillos. Y de los primeros también en ver cómo pintaban los aviones sobre pista, la mayoría simulados. De madera. Y construidos por un carpintero local sobre plano.

Los soldados aviadores de la base eran empleados como extras de bulto y también como operarios. Le debió salir barata aquella película a la productora, porque Franco fue muy generoso. Claro que entonces los soldados comían rancho. Al pan le llamaban chusco. Y cuando salían a la calle a pasear iban vestidos de azul bonito sonándoles en los bolsillos la calderilla de sus míseras pagas. Entonces yo no sabía aún quienes habían sido Hidalgo de Cisneros y el mecánico Rada. Pero sí Alfredo, que ya hacía fotografías en las revueltas parisinas del 68.

El actor principal de La Batalla de Inglaterra es Laurence Oliver. Un maestro de las tablas que con sólo 10 años interpretaba a Shakespeare introduciéndose en la piel de Bruto. He tardado muy poco tiempo en creer que Laurence Olivier es Alfredo. Al menos se parecen mucho. Pero lo que tengo muy claro es que Alfredo en ningún modo es Bruto, porque es de la diáspora bilbaína. Y la diáspora no consiente que nadie mate a nadie. Y menos aún a César. Pero sí tiene aires de Sir Hugh Dowding, mariscal en jefe de la Real Fuerza Aérea. Que es el papel que Olivier representa en la película. Yo no sé por qué digo esto, pero tal vez porque Bilbao está más o menos frente a Portsmouth. Que es a donde llegan los ferrys. Y porque la diáspora ha estado viajando sin retorno durante cincuenta años en sentido contrario. Pero también porque el mar es más libre que la tierra.

Si Bruto mató a Cesar. Alfredo es Laurence Olivier. La esvástica distinguía a aquellos aviones sevillanos de madera. Portsmouth está frente a Bilbao. Y los ferrys nos llevan (y nos traen) a Inglaterra. Hoy tenemos aquí a un autor capaz de hacernos sentir con pasajes diferentes. Y con saltos en el tiempo reciente. Que nosotros tenemos que hilar para sentir.
Llamamos horror a lo que no queremos ver. Cuando lo que debemos hacer es enfrentarnos al horror para que no nos venza. Yo he crecido entre películas de la II Guerra Mundial en las que siempre los buenos son los aliados. Pero ninguna de estas películas de la infancia me ayudaron a tomar conciencia sobre lo que deparó el Holocausto porque sus guiones estaban escritos para dar pena y para entretener. Pero fundamentalmente para hacernos partícipes de la acción.

Pongo como ejemplo La Batalla de Inglaterra, que es una película muy patriótica pero también muy de acción, con aviones perfectamente alineados que cubren los cielos del Canal de la Mancha. Y mujeres aterrorizadas con niños en brazos que corren para refugiarse en la subestación del Metro mientras suena la sirena desde la Torre de Londres.
No deseo que una tragedia como el terrorismo vasco pase de largo ante los ojos de nuestros hijos como ya pasa ante muchos de mi generación que no quieren detenerse frente a la realidad porque se trata de un horror. Hay que pararse en el tiempo, abrir la puerta de esa realidad, enfrentarse a ella y no huir, ni hacia adelante ni hacia atrás. Porque la mejor manera de que el horror no se repita es conociéndolo tal cual es. Y nunca revestido de acción, de sentimiento patriótico o de lágrima lastimera.
Mi amiga Carmen huía de la esvástica porque le parecía a simple vista un horror. Y por que no quiso averiguar de que iba la novela.

-Me interesa el libro, me dice ahora. Por qué no me lo prestas?
-Es que sólo dispongo de un ejemplar.
-Tengo curiosidad, me insiste.
-Oye, que yo sólo he querido que sintieras interés por La Noche de los gitanos de amigo Alfredo. Y por eso he recurrido a lo absurdo.
-Y que es lo absurdo?, advierte.
-Pués lo contrario y opuesto a la razón.
-Entonces, para entrar en razón hay evitar lo absurdo.
-Pués sí, doña Carmen, le dije emulando a don Alfredo.

Estamos en un mundo ávido de razón. Rodeado de problemas. Y enchufado a un ordenador. Un mundo sucio. Podrido de mercados. Y pervertido. Decapitado, o con la cabeza colgando. Que se refugia en la televisión basura. Lee novelas malas, cuando lee. Y se alimenta de comida basura o de periódicos y revistas basura, que son también comida. La razón no es patrimonio de nadie. Aunque para dudar hay que tener razón. Porque la duda nos mantiene vivos. Nos empuja a pensar. Y nos hace sentirnos más libre.

La Noche de los Gitanos es una extraordinaria novela, propia de un inglés. Y que yo no voy contarles a ustedes de qué va porque son ustedes quienes tienen que leerla. Y comprarla. Mi madre me educó para que yo fuera muy inglés, pero no lo consiguió. Y con el tiempo supe que ser inglés es ser astuto, culto, fino y muy educado. Alfredo lo es. Y se le nota cuando habla en público. O cuando escribe. Ya lo era cuando ejercía de periodista. Y lo manifiesta ahora que no está en activo, pero sigue siendo periodista. Yo en cambio no llegué a ser ni muy inglés. Ni menos. Y me hice un fanático del ferry de Ceuta, porque podía ir y venir en el día. Y además trapichear con dos cartones de rubio americano, una botella de etiqueta negra, paraguas, mecheros, un transistor o un queso de bola holandés. Por eso nunca seré el narrador de una novela como esta, aunque podría interpretar el papel de alguno de sus personajes si algún director llevara al cine La Noche de los Gitanos. Creo que no le defraudaría, don Alfredo.

-Vamos a empezar a leer juntos la novela, me dijo Carmen.
Y nos fuimos a la terraza del Bar Museo, en la plaza de la Platería, a leerla. Ella frente a un cortado descafeinado de máquina con sacarina. Y yo ante un patxaran con hielo hasta arriba en copa de balón. El patxaran no era navarro, sino de Zamora. Así que volvimos otra vez a la teoría del absurdo, aunque mi amiga esta vez tiró a dar con la razón:
-Por qué un patxaran no puede ser de Zamora? Acaso todos los patxaranes tienen que ser navarros. Y todas las boinas de Elósua. Es que no puede haber libre circulación de boinas y de patxaranes. O es que el patxaran y la boina no tienen derecho a decidir ser más allá de lo que supuestamente son.

Impresionado por sus palabras, me sentí débil. Y empezamos a tirar del libro, ella para sí. Y yo para mi.
Vencido, cedí el ejemplar.
Y ya dándolo por perdido, observé que lo abría. Se detuvo unos segundos ante la fotografía de Alfredo que aparece en la solapa. Y después de exigirme silencio, empezó a leérmela en el oído
“Aquel Escorpión era un asesino rapidísimo, venenoso y letal pero con menos inteligencia que una mula lobotomizada”.
“Porque los hombres sólo logran ser buenos cuando los ha triturado la vida, cuando los años han mordido a dentelladas sus sueños, sus ilusiones, sus deseos y su salud”.
“La vecina de abajo amaba a un gato siamés bastante cabrón”.
“Palmar era tan normal como respirar o mear. Nadie se extrañaba”.
“Me llamo Cayetano. Mi padrastro me llamó Tano porque rimaba con gitano. Tano, brazo de gitano, decía riendo burlonamente sin que yo entendiera la gracia”.

Hicimos una pausa porque a Carmen se le enfrió el cortado descafeinado de máquina con sacarina. Y a mi se me había aguado el patxarán zamorano. Así que renovamos pedido. Yo creo que desde niño jamás me habían leído al oído. Y me sentí un privilegiado. Pero, de repente, se calló. Y siguió leyendo ella. Por lo que empecé a atacar el patxarán, aunque reconozco que su lectura egoísta me dejó jodido. Pasaban los minutos. Y en un momento determinado exclamó como hablando para si misma:
-Mi abuela también se llamaba África.
Y siguió leyendo.

Como ya no me participaba, me empecé a acordar de Ceuta, del Monte Hacho, de la Virgen de África, del cementerio de Larache, de aquel chico de Astigarraga recién licenciado de Regulares 3 que volvía a casa para seguir trabajando como fresador, pero también del primer atentado terrorista que cubrí como periodista. 26 de Junio de 1975. Dos bombas estallan junto a instalaciones militares de Ceuta. Muere Fernando Fernández Moreno, carpintero. 25 años. Fue un zarpazo traicionero de Hassan II. Y el segundo entierro de una víctima. 3 de agosto de 1975. Diego del Rio Martín, policía armado, es asesinado en Barcelona. Lo entierran en Algeciras, su ciudad natal. Fue ejecutado en plena calle por los GRAPO, aún sin nombre.

“No soy de Marruecos, sino del Rif. Donde los hombres son hombres y las mujeres, mujeres”.
-No entendí nada.
“El retoño era talludito y llevaba casi sesenta años sin dar palo al agua entre baños en La Concha, los potes de mediodía, almuerzos en casa de su amachu, partidas de mus con la cuadrilla y algún corto romance con veraneantas casaderas”
-De que talludito me hablas?, le pregunté agotado ya el patxarán.
-Pues de Agustinito.

Cansado de sentirme un florero, la interrumpí pidiéndole que se dedicara un poco a mi. Y dejara La noche de los Gitanos para luego.
“Cállate, gitano de mierda, que no tengo ganas de broma…”
En un principio pensé que la frase iba destinada a mi, pero por el tono expresado y su apasionada lectura, comprendí que no. Que debía tratarse del Tano del brazo de Gitano.
Por fin llegó el momento en que cerró el libro, no sin antes marcar la última página leida con el ticket de la consumición que yo ya había abonado.
-Que tal la novela?.
-Bien, muy bien. Ya te comentaré mañana cuando la termine. Pero quién es ese García Francés amigo tuyo?.

Entonces me sentí feliz. Y mientras caminábamos en busca de la calle Atocha, le cuadré una biografía a la medida. Nacido en Bilbao. Es un gran fotógrafo de prensa, estuvo en Paris en el 68. Trabajando. También en Bruselas y Amberes. Se lo comió todo cuando estuvo en la delegación de El País en Bilbao. Luego vino a Madrid. Viajó un tiempo. Y estuvo después al frente de la edición gráfica del periódico. Esta es su quinta novela. Y yo lo quiero mucho. Para mi es siempre Alfredito. De repente, y tras caminar por toda la calle Atocha, Carmen se detuvo ante la puerta de unos baños árabes. Y exclamó:
-Qué extraño, aquí no huele a linimento.


Gracias, D. Fernando, amigo generoso, este ha sido mi mejor regalo de cumpleaños.

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