
Antaño traían a casa un
hueso para el puchero atado con una cuerda. Por unas monedas te dejaban
meterlo en la olla para dar sabor al guiso. Acabado el
tiempo comprado el dueño del hueso tiraba del cordel y se llevaba el avío. Si cortabas la cuerda y no
devolvías el hueso había navajazos. Y el siguiente hueso lo traía uno con la navaja más
grande.
1 comentario:
Era un digno oficio el de "sustanciero".
Ahora se llama Cáritas.
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