El otro día no había ni quinceañeros magreándose en el parque. Ayer volví y ya con calorcito los chavales se pajeaban placenteramente. Un viejito de campo, cenceño, arrugado y con garrota, disparaba con una pistola de perdigones a las palomas torcaces. Hablamos y me dijo que las cazaba para su gato. Negó con señorío que fueran almuerzo para su desempleada familia. BAJA EL PARO, sí, ya.
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