...Los hubo valientes, honrados, leales y dignos. También rufianes, aventureros, asesinos y locos...

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domingo, 22 de junio de 2008

El día 19 estuvimos en Bilbao

Tal como estaba previsto, presentamos Balas de Carmín en la Casa del Libro de Bilbao. Tuve la suerte de disfrutar de un equipo de acompañantes de auténtico lujo. La cónsul de Colombia, Dª María Smith Rueda Centeno, Aizpea Goenaga y mi querido Santiago González.


Con la sala llena, algo fácilmente previsible por la calidad del lote de acompañantes, con un calor del carajo en Bilbao y con tantas ganas de agradar al respetable como José Tomás en Las Ventas, abrió plaza la consulesa.

Estuvo breve Dª María, breve, pero encantadora; situó perfectamente al respetable ante el morlaco de la realidad colombiana y me felicitó por mi nueva novela y por mi reciente colombianidad.

Saltó al ruedo Aizpea Goenaga, www.barbaragoenaga.com/aizpea_goenaga1.htm, un alegre torbellino de revoleras con el capote, entusiásticamente enamorada de Balas de Carmín y ya comprometida, malgré elle, a trabajar sobre un pre-guión de la novela.



Y así, entre olés del respetable, llegamos a las honduras de la faena de muleta.

D. Santiago, paró, templó y mandó como exigen los cánones. Me emocionó recordando cómo en la Escuela de Naútica de Bilbao, de lejos le viene al galgo ser corredor y al Patrón ser Nauta, fue alumno de mi abuelo. Luego clavó un par de merecidos rehiletes en la novela, y acabó diciendo que si un arquitecto recién salido de la universidad pretendiera hacer tres catedrales góticas la peña se partiría el culo de risa. Creí morir de gusto cuando dijo que yo lo logré al escribir, siendo un novato, la trilogía formada por El Hidalgo segundón, El secreto del Emperador y Bastardo real. Concluyó, con un volapié, hasta la bola, y entonces me corrí, al oírle decir que las 500 páginas de Balas de Carmín no tienen desperdicio y que las recomienda fervientemente.


Yo, como Sánchez Dragó, hablé de mí.

Aunque el halago del amigo, por serlo, siempre es exagerado (Bryce Ecenique dixit) no hay que olvidar que los autores escribimos para que nos quieran y yo necesito el cariño de ellos y el de ustedes.

Luego cenamos Dª Emy Armañanzas, otro amigo, D. Santiago y yo. Gratísima velada, vive Dios. Y por fin, bien avanzada la noche, D. Santiago me acompañó paseando hasta mi hotel. Les hubiera gustado compartir la conversación a todos ustedes. Estoy seguro. Quizás se la cuente otro día. Dejé Bilbao feliz.

Solo me apenó que, esta vez, no pudiera acompañarme mi mujer.

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