Los jueces, a los que sus negras tocas juegan malas pasadas en la chicharrina agosteña, protagonizan dos ejemplos de calurosus legis trastornatis:
Primero. Su señoría el juez de Vigilancia Penitenciaria de La Coruña Javier San Claudio Piñón concede el permiso penitenciario al abogado delincuente Rodríguez Menéndez en contra de la opinión del fiscal y de la Junta de Tratamiento de la prisión, al considerar que su buena evolución, el grado de cumplimiento y el apoyo familiar permitían depositar en él la "confianza necesaria".
Por supuesto, el señor letrado, obtiene un pasaporte legalmente y se fuga. Lógico. ¿Esperaba su señoría otra cosa? ¿O, precisamente, se trataba de lograr este resultado?
Segundo. El infatigable juez Garzón, quizás aburrido del poco éxito mediático de su iniciativa tibetana durante las olimpiadas de Pekín, se plantea ahora abrir la fosa de Federico García Lorca en contra de la decisión de la familia del poeta.
A petición de un familiar de Dióscoro Galindo estudia la exhumación de la fosa común para dar sepultura digna al maestro asesinado junto a Lorca.
Entiendo el dolor de esta nieta que quiere enterrar a su abuelo en otro lugar. Respeto sus sentimientos, pero, también creo que el juzgado de Víznar, con asesoramiento del Mº de Cultura y de Justicia, podría encargarse del asunto.
Porque, ¿no debería ocuparse la Audiencia Nacional de otros sumarios más trascendentales para la seguridad de España?
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