¿Excitan las mujeres disfrazadas, erotizadas, ávidas de sexo súbito?

II Encuentro de Relato y Poesía Eróticos
Estas notas eran para una entrada sobre los disfraces. Las cuelgo para calentar motores ante la publicación este fin de semana de las bases del concurso literario más calentorro de la blogosfera. Olvídense de que somos los nuevos piojosos de Europa y disfruten antes de que la ruina nos muerda los tobillos.

Los tipos que sólo piensan en ponerse un par de tetas descomunales, una mala peluca rubia y salir pintarrajeados y gilipolleando en Carnaval, generalmente, son unos pendejos salvo que sean de Cádiz, o muy maricones, o ambas cosas. Jamás me he disfrazado de nada. Y sólo entiendo los disfraces si son para acabar desgarrándolos entre dos. O más.

El disfraz es sutileza. Cuanto más real, y más inesperado en el momento, con más rapidez abre la puerta a la fantasía sexual. Y se trata de eso, ¿no? Hadas ñoñas, caperucitas hiperingenuas, monjas casposas pretendiendo lascivia y aburridas piratas de retales, desmotivan más que incitan. Como las quedadas para disfrazarse.

En este asunto soy clásico. Nada de disfraces en lugar y hora previsibles. Nada de fecha fija. De pronto y sin venir a cuento. Ese es el truco irresistible para que un disfraz no sea ridículo y se convierta en poderosa arma de seducción. Cuando, sin pretenderlo, se dan las circunstancias hay que agradecérselo a Eros. Recuerdo algunos disfraces, y algunas disfrazadas, que llevo grabadas a fuego en la memoria.

Disfrazada 1
Un día llamó a mi puerta una jovencita con la que había tenido algún escarceo. Al abrir, apareció con sus coletas pelirrojas, camisa y corbata, libros bajo el brazo, falda tableada escocesa y calcetines blancos. Demasiado evidente, pensarán ustedes. Pues, NO. Aquella chica era un genio del detalle. Traía las manos manchadas de tinta, se había frotado con goma de borrar y espolvoreado de tiza el disfraz de colegiala. Y, además, me sorprendió. Hoy esta casada con un político conocido y, si coincidimos, evita saludarme.

Disfrazada 2
Una súper ejecutiva del primer banco de España me invitó a tomar una copa en su casa. Al llegar, despidió al servicio, se excusó y me dejó sólo con un trago. Instantes después se presentó disfrazada de Policía Nacional. Con todos los juguetes. Defensa, grilletes, la gorra de plato y el uniforme marrón de aquellos tiempos. Tuve que luchar para no ser detenido, ignorar sus gritos, insultos, amenazas y esposarla al radiador. Aquella valerosa agente de ley se resistió cuanto pudo. Nunca sudé tanto jugando.

Disfrazada 3
En el baile de Carnaval del Círculo de Bellas Artes se me acercó una enfermera sexy. Hasta ahí, normal, incluso vulgar. Comentó que tenía mala cara y preguntó si me encontraba bien. Respondí que no del todo y pedí su ayuda. Se arrodilló en la escalera, entre el sube y baja de las máscaras, y me sometió a un tratamiento inolvidable. Exceso de estrés, diagnosticó, antes de no poder hablar más. Era actriz y soñaba con felaciones de peli porno.

Estos disfraces me hicieron gozar. Sólo una vez. Sin premeditación ni repeticiones. Lo cuento para que los reacios se animen a participar en el II Encuentro de Poesía y Relato Erótico. Seguro que ustedes han vivido situaciones más calientes que las mías. O, mejor aún, son capaces de imaginarlas y escribirlas. Por favor, anímense los que dudan. No se trata de ganar el Nobel sino de poner burra a la peña. Y el escrito amateur, igual que el video casero, calienta más. Abrazos.